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Los hermanos Karamázov, de Fiódor Dostoievski

Hace ya varios años que leí "Crimen y castigo", del mismo autor, y en aquel momento no me acabó de gustar demasiado. Compré una edición traducida al catalán que valía 1 euro y que regalaba un periódico, pero, por desgracia para mí, la traducción la habían hecho a principios del siglo veinte, con lo cual, si ya es difícil traducir del ruso, pues hacerlo en una forma de hablar catalán en la que abundaban arcaísmos, giros idiomáticos en desuso y vocabulario que hoy casi nadie usa, no me ayudó demasiado a disfrutar la obra. Por otro lado, "Crimen y castigo" es una novela que traza como pocas lo que es la miseria humana en sus múltiples vertientes. Me quedó claro entonces que Dostoievski era un escritor que trataba temas crudos de una manera todavía más cruda.

No suelo leer para tener malas experiencias, ni porque crea que hay ciertos libros que deberían ser leídos por todo el mundo y que, si no lo haces, sencillamente no puedes aspirar a mejorar como escritor  -de lo de publicar ya ni hablamos, ¿ok?-. No tuve una primera experiencia grata con Dostoievski, pero lo volví a intentar con "El jugador", que es breve pero sabe a poco, y, tras varios años acumulando polvo en mi estantería, cogí "Los hermanos Karamázov" con ganas de saber si la fama del escritor ruso era realmente merecida o no.

Devoré el libro durante un par de semanas. Hay que tener en cuenta que tiene casi mil páginas, y, a pesar de dedicar muchas horas a leer durante mi baja, había que hacer otras cosas. El comienzo, las primeras trescientas o cuatrocientas páginas, ya son muy buenas, sin que el conflicto se acabe de concretar. La discusión entre Iván, uno de los hermanos, y el stárets (o puede que un periodista, ahora no recuerdo demasiado bien porque lo leí hace medio año), sobre la existencia o no de Dios y su famosa tesis: "Si Dios ha muerto, entonces todo está permitido" -o algo así-, son de la mejor mezcla de filosofía y novela que he leído. Me recuerda a ciertos pasajes de "La montaña mágica"de Thomas Mann, y, una vez acaecida la muerte del padre de los tres hermanos -el asesinato, vamos, que en este libro también hay suspense-, cuando todo parece apuntar a Dimitri, pues...

No pienso hacer spoilers. El libro es magnífico. La capacidad de Dostoievski de trazar a sus personajes, de hacerles hablar y comportarse como personas completamente reales es excelente. Los retratos de las mujeres que aparecen en este libro, de cuyo autor hoy en día alguna mente bienpensante diría que es un tanto misógino, son realistas a tope, y en aquella época me parece que nadie habría discutido su validez, desde la languidez enamorada de una de ellas a la perfidia e interés material de la otra. El único personaje que encarna algo de la pureza de ese hombre nuevo que anhela Dostoievski después de realizado el crimen y llevado el acusado a juicio es Aliosha, el hermano pequeño. E, incluso, me atrevería a decir que, en el último capítulo, se deja entrever que ni siquiera él es tan puro y noble como lo ha sido durante toda la novela.

Es una obra maravillosa y un clásico indiscutible si te gusta la buena literatura. Otra cosa es que sólo te lleves a la cama, el sillón o el sofá el último gran éxito de Megan Maxwell -que se llama Carmen, en realidad- o la última parte de la trilogía de las tres espadas sangrientas del reino de los dragones que se follaban a enanos. No sé, es cuestión de gustos. Los míos son estos, y quizá por eso no voy a ganarme nunca la vida como escritor.

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