El pasado 22 de mayo murió mi autor favorito, Philip Roth, uno de los grandes narradores de los últimos cincuenta años. Ya he hablado de una de sus obras cumbre en uno de los post de este blog. Su estilo, su inventiva y sus personajes fueron algunos de los motivos que me impulsaron a escribir y escribir hasta acabar mi primera novela, "El verano de los náufragos".
Philip Roth fue acusado con frecuencia durante toda su vida como un escritor misógino, esto es, que en sus escritos acababa repudiando o despreciando a las mujeres y considerándolas poco menos que una fuente de placer para el sexo femenino. Seguramente no es el único escritor al cual se le pone este sambenito, con razón o sin ella, pero siempre he pensado que una cosa es la obra del autor y otra su vida privada. Ambas están íntimamente conectadas, pero unas veces la realidad supera a la ficción y otras veces es al revés. De Pablo Neruda y de Javier Marías también se ha dicho lo mismo, pero creo que en la época en la que vivimos estamos demasiado pendientes de las etiquetas y nos olvidamos de la obra en sí, que es lo que deberíamos de juzgar. De si un autor abusó de una de sus sirvientas, si tal otro insulta a las feministas y el de más allá ridiculiza a determinadas mujeres reales que aparecen de manera ficticia en sus obras, eso es algo de lo que deberían ocuparse los jueces, no los críticos literarios ni los lectores.
Hablando claro, a Roth le gustaba todo lo que llevara falda, y estoy seguro que le puso los cuernos más de una vez a su ex-mujer Claire Bloom. Pero si uno lee "Mi vida como hombre" o "Deudas y dolores", y compara lo que escribe Roth en esas dos novelas con lo que le sucedió en realidad, puede uno no comprender y perdonar su sentimiento misógino, pero si como mínimo entender por qué motivo escribe lo que escribe y cómo lo escribe.
Todos los escritores, y también las escritoras, por supuesto, llevan una pesada mochila a cuestas, llena de sufrimientos, gozos y decepciones, La literatura sirve para liberarse de esa mochila momentáneamente, para aliviar y curar ciertas heridas, y también, a veces, para inflingirlas a otras personas que quizá no tengan nada que ver con el pasado del autor.
Entiendo el feminismo como una muestra de progreso para la humanidad, pero también creo que deberíamos ir ajustando el péndulo de la historia cada vez más hacia el centro equidistante. Uno puede ser comunista convencido, pero tiene que reconocer que Stalin fue un cerdo genocida; otro puede votar al PP, pero ha de reconocer que la Gürtel era una trama de corrupción sin precedentes en el estado español; y la de más allá puede ser una feminista convencida, pero debería reconocer que hay veces en que las mujeres se aprovechan de su condición de madre y mujer para hacerle la vida imposible a sus ex-maridos, algo que para mi suerte no es mi caso.
"Las palabras son la sombra de las cosas", afirmación que creo que dijo Heráclito hace ya muchos siglos. Lo fácil en nuestra sociedad de corta y cada vez más breve atención es quedarse con el titular, con el adjetivo llamativo y denostado, no profundizar en el contenido y continente del artículo y proveerse de un sentimiento de odio o de repulsa fácil hacia aquello que prejuzgamos como nocivo.
Yo no sé lo que es ser un escritor misógino, por lo que quizá este artículo es completamente inútil, como todo lo que hago, pero sí que creo que el odio puede ser muy creativo, la rabia puede ser muy poderosa como motor, y el dolor puede ser una fuerza muy importante para llevar a cabo tus proyectos. No disculpo a quién trate mal a las mujeres en sus libros, pero sería un absurdo afirmar que no hay mujeres y hombres tan malos como la madrastra de Cenicienta o el príncipe Encantador de Shrek.
Philip Roth fue acusado con frecuencia durante toda su vida como un escritor misógino, esto es, que en sus escritos acababa repudiando o despreciando a las mujeres y considerándolas poco menos que una fuente de placer para el sexo femenino. Seguramente no es el único escritor al cual se le pone este sambenito, con razón o sin ella, pero siempre he pensado que una cosa es la obra del autor y otra su vida privada. Ambas están íntimamente conectadas, pero unas veces la realidad supera a la ficción y otras veces es al revés. De Pablo Neruda y de Javier Marías también se ha dicho lo mismo, pero creo que en la época en la que vivimos estamos demasiado pendientes de las etiquetas y nos olvidamos de la obra en sí, que es lo que deberíamos de juzgar. De si un autor abusó de una de sus sirvientas, si tal otro insulta a las feministas y el de más allá ridiculiza a determinadas mujeres reales que aparecen de manera ficticia en sus obras, eso es algo de lo que deberían ocuparse los jueces, no los críticos literarios ni los lectores.
Hablando claro, a Roth le gustaba todo lo que llevara falda, y estoy seguro que le puso los cuernos más de una vez a su ex-mujer Claire Bloom. Pero si uno lee "Mi vida como hombre" o "Deudas y dolores", y compara lo que escribe Roth en esas dos novelas con lo que le sucedió en realidad, puede uno no comprender y perdonar su sentimiento misógino, pero si como mínimo entender por qué motivo escribe lo que escribe y cómo lo escribe.
Todos los escritores, y también las escritoras, por supuesto, llevan una pesada mochila a cuestas, llena de sufrimientos, gozos y decepciones, La literatura sirve para liberarse de esa mochila momentáneamente, para aliviar y curar ciertas heridas, y también, a veces, para inflingirlas a otras personas que quizá no tengan nada que ver con el pasado del autor.
Entiendo el feminismo como una muestra de progreso para la humanidad, pero también creo que deberíamos ir ajustando el péndulo de la historia cada vez más hacia el centro equidistante. Uno puede ser comunista convencido, pero tiene que reconocer que Stalin fue un cerdo genocida; otro puede votar al PP, pero ha de reconocer que la Gürtel era una trama de corrupción sin precedentes en el estado español; y la de más allá puede ser una feminista convencida, pero debería reconocer que hay veces en que las mujeres se aprovechan de su condición de madre y mujer para hacerle la vida imposible a sus ex-maridos, algo que para mi suerte no es mi caso.
"Las palabras son la sombra de las cosas", afirmación que creo que dijo Heráclito hace ya muchos siglos. Lo fácil en nuestra sociedad de corta y cada vez más breve atención es quedarse con el titular, con el adjetivo llamativo y denostado, no profundizar en el contenido y continente del artículo y proveerse de un sentimiento de odio o de repulsa fácil hacia aquello que prejuzgamos como nocivo.
Yo no sé lo que es ser un escritor misógino, por lo que quizá este artículo es completamente inútil, como todo lo que hago, pero sí que creo que el odio puede ser muy creativo, la rabia puede ser muy poderosa como motor, y el dolor puede ser una fuerza muy importante para llevar a cabo tus proyectos. No disculpo a quién trate mal a las mujeres en sus libros, pero sería un absurdo afirmar que no hay mujeres y hombres tan malos como la madrastra de Cenicienta o el príncipe Encantador de Shrek.
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